Los jóvenes estudiantes de logosofía se propusieron investigar a la luz de esta nueva concepción humanística este tema.
Estos ensayos los hicieron volver a la realidad del mundo mental, cuya influencia más evidente se expresa en la cultura y las costumbres de un pueblo.
También los hizo reflexionar sobre su mundo interno, que se manifiesta en su temperamento, carácter, tendencias y preferencias.
La investigación los llevó a revisar los conceptos y valores que se deben incorporar a la vida para que cada uno sea un actor consciente de esa transformación.
En esta oportunidad les presentamos el ensayo que tienen como título Una sonrisa en el metro de Milagros Lucía Romani.
Una sonrisa en el metro
¿Qué quieres ser cuando seas grande?”. Más de una vez escuchamos esta pregunta durante nuestra infancia, a lo que solíamos responder lo esperado: el nombre de alguna profesión. No es muy común que un niño anuncie: “quiero ser una buena persona” o “quiero ser cada día un poco mejor”, aunque por detrás de la profesión elegida sí exista la voluntad de ayudar al otro. Los niños quieren ejercer la medicina para sanar, la docencia para enseñar, o ser bomberos para salvar vidas.
Desde pequeña, veía en mí esa voluntad de ayudar al prójimo. A medida que crecía, me fui dando cuenta de que existían serias divergencias entre las personas; advertí la propensión al aislamiento, al separatismo, a la mecanización de la vida, la indiferencia ante el otro… Particularmente, estas características me decepcionaban mucho y empecé a desear que hubiera otro tipo de comportamiento que permitiera unir a los seres humanos.
Cuando tomé contacto con la ciencia logosófica, me di cuenta rápidamente de que mi fracaso se debía al hecho de que estaba enfocada en cambiar a los demás. Me olvidaba de alguien muy importante, primordial incluso, para empezar a encarar la transformación del mundo. Alguien que iba a influenciar particularmente mi vida y mi felicidad: yo misma. Empecé a preguntarme si no tenía yo también los defectos que no me agradaban en los demás…
Comprendí que primero tenía que esforzarme por ampliar mis cualidades morales. ¿De qué forma lo haría? El método logosófico me dio las herramientas necesarias para identificar tanto mis defectos como mis virtudes, al mismo tiempo que me llevó a experimentar el valor espiritual de las relaciones entre los seres humanos.
Sí, yo también era indiferente. Sí, fruncía el ceño cuando alguien hacía lo contrario de lo que esperaba. Sí, me daba pereza iniciar una nueva relación o saludar a un desconocido. Sí, miraba el teléfono celular cuando alguien entraba al ascensor.
En este nuevo camino que se abrió en mi vida, debía realizar pequeños cambios, ir de lo poco a lo mucho, siempre respetando mi realidad.
Al caminar por las calles, vemos centenares de rostros por día, especialmente en las grandes ciudades. No es posible ayudarlos a todos, pero descubrí que el hecho de mantenerme en un estado de alegría y buena disposición, lo que proviene únicamente del conocimiento, puesto que éste ilumina la vida, es una manera de transformar por lo menos mi día a día.
Un día estaba en el metro y, cuando miré a mi alrededor, vi a un hombre de traje con un maletín. Se notaba que algo lo angustiaba. Tenía el ceño fruncido y la mirada baja. De pronto, levantó los ojos y me miró. Le respondí instantáneamente con una ancha sonrisa, ante la cual, para mi sorpresa, me devolvió otra de forma cordial y sincera. El viaje siguió, pero este hombre no era el mismo. Observaba el paisaje desde la ventana y ahora se le veía un semblante tranquilo.
Bajé en mi destino con una sensación distinta. Quedó clara para mí la enorme importancia de trabajar en mi interior para proporcionar cambios en el exterior, y que el bien individual es también el bien de los demás. Existe en el ser humano una necesidad innata de compartir la felicidad, aunque sea con un desconocido; de decirle con la mirada, aunque tan sea por un breve instante, que no está solo, que somos muchos los que trabajamos para vivir una vida mejor, más consciente, con valores de bien y unión. A lo mejor es eso lo que transmití ese día en el metro y lo que aquel señor me confirmó con su sonrisa.