La vida consciente requiere una práctica diaria e ininterrumpida, según lo aconseja la preceptiva logosófica.
Su norma principal –ya lo dijimos– señala como comportamiento eficaz el entrenamiento de la atención, en modo que la actitud consciente no decaiga en ningún instante.
La desatención lo mismo que la distracción son signos inconfundibles del estado no consciente que acusa el ser.
En ese estado la facultad de observar actúa deficientemente.
El tiempo pasa sin que de él se obtenga el alto beneficio que es dable lograr si se lo aprovecha lúcida y conscientemente.
Es necesario recordar, una y otra vez durante el día, que se está empeñado en una extraordinaria y hermosa labor que no sólo reconstruye la vida con los más sólidos elementos del saber, sino que se está forjando un nuevo y luminoso destino.
El incentivo para que se manifieste ese recuerdo surgirá del entusiasmo con que se celebren las vivencias siempre felices del quehacer logosófico.
Si para un «hobby» cualquiera muchos dedican todo su tiempo libre y en él piensan con pasión, cuanto más no habrá de suscitar interés el estudio y la práctica de conocimientos que atañen a la propia felicidad.
Poner atención en todo cuanto se piense y haga significa que es nuestra conciencia la que actúa.
Esto habrá que practicarlo mucho, porque el olvido suele postergar la realización de nuestros mejores propósitos cuando variamos constantemente lo que nos hemos propuesto.
Para vivir en plenitud consciente es necesario que la conciencia se manifieste con permanente atención: que vigile e intervenga en todo lo que pensamos y hagamos.
Por otra parte, el ejercicio continuado de esta práctica vigoriza la memoria, que es la facultad de recordar, y no habrá ya temor de que se debilite, se pierda o reblandezca.
Tomado del libro: ‘Curso de Iniciación Logosófica‘