Artículo escrito por el creador de la Logosofía Carlos Bernando Gonzalez Pecotche que fue publicado en la Revista Logosofía nº 11, pág. 3.
“Nada gravita más sobre la vida del ser que el estímulo, y nada se muestra más esquivo a las pretensiones humanas.
El hombre anda, por decirlo así, a tientas por el mundo, como la nave que surca los mares, sin dirección, como las nubes que vagan por el espacio. Salvo raras excepciones, pasa sus días sumergido en la más grande desorientación. Constantemente se le oye quejarse de su suerte; se le ve deprimido y hasta hastiado de las diversiones. Diríase que no encuentra en la vida la justificación de su existencia. Y si por momentos algo llena su espíritu colmándolo de felicidad, ello es sólo un instante con relación a la distancia que media entre el principio y el fin de su vida.
Lo desconocido le atrae, por lo mismo que todo es misterio para él. Su conocimiento es ínfimo en comparación con toda la Sabiduría que le rodea y que por su limitación no percibe, pero inconscientemente experimenta una necesidad íntima de penetrar y descubrir para tranquilidad propia todo aquello que no discierne su entendimiento, que no puede juzgar su razón ni su inteligencia, y que por un designio natural excita y hostiga constantemente su naturaleza invitándola a participar de la vida universal que fluye de toda la Creación; esa vida a la que el hombre permanece ajeno, desconociéndola y hasta despreciándola en su total intemperancia, como una prueba cabal e irrefutable de su inconsciencia.
Toda la desdicha del ser humano proviene, precisamente, de la incapacidad para organizar la vida y encarar los problemas de la existencia como corresponde a la jerarquía de su género.
Es notable observar que siendo el estímulo lo que instantáneamente produce un efecto edificante hasta el punto de reavivar un entusiasmo no común en el individuo, éste se preocupe tan poco de acercarlos hacia sí para experimentar las saludables reacciones que proporcionan al alma. Podría decirse que el estímulo es como una fuerza viva que interpenetra al ser y lo satura de nuevas energías; pero, pocos, muy pocos, son los que saben aprovechar esa fuerza viva y mantener el máximum de tiempo posible la reacción benéfica del estímulo, conservando el entusiasmo que genera.
Cuando el ser se siente animado de los mejores anhelos y emprende una labor que le resulta grata y propicia para su evolución, debe cuidar de no desmayar en sus afanes; de mantener el ritmo de sus actividades, esforzándose por que éstas no decaigan o se resientan, a fin de no experimentar las consecuencias desfavorables de la inercia mental, pues bien es sabido que ella trae consigo la indolencia, el desgano y el abandono.
La actividad mental (Estudio, investigaciones, empresas de iniciativa, planteamientos del conocimiento trascendente, perfeccionamiento, etc.) debe representar para el ser humano el único campo favorable al mayor desarrollo de sus facultades. La capacitación individual se obtiene merced a la intensidad de la actividad y a la perseverancia en las miras. Tenemos, por tanto, que la capacidad de producción será tanto mayor cuanto mayor sea el esfuerzo y más firme la voluntad de producir.
El conocimiento de lo que cada uno se propone hacer es lo que garantiza la eficacia de las acciones y lo que asegura el éxito.
La actividad es índice de un buen estado mental. Cuando el hombre trabaja no hay agitaciones mentales nocivas ni malos pensamientos. La holganza procrea el virus del desconformismo y genera las ideas más extrañas al sentir y la moral humana.
La actividad mental crea nuevas necesidades a la inteligencia, y ésta, a su vez, estimulada por los aciertos de la razón, expande sus luces, atiende y resuelve las nuevas situaciones que se plantean, permitiendo una actividad aún más intensa.
Toda labor constructiva del espíritu genera estímulos que deben ser aprovechados para organizar en forma constante las energías internas. Pero, en la mayoría se advierte –y esto deberá atribuirse indudablemente a la no posesión de los conocimientos básicos comprendidos en el esquema de la vida misma–, que estos estímulos no son captados por el entendimiento, resultando de ello, en muchos casos, una merma de entusiasmo, un desánimo y hasta, si se quiere, una desmoralización.
Por lo general, se espera que los estímulos sean propiciados por terceros o que se encargue la suerte –factor en el que tantos confían ingenuamente– de prodigarlos con entera liberalidad. Esto implica, desde luego, correr el riesgo de verse una y otra vez defraudado en las esperanzas e ilusiones.
Lo que no sabe esa mayoría a que nos referimos –y decimos que no sabe, porque de saberlo ya lo habría puesto en práctica–, es que a los estímulos hay que crearlos y conocer cómo puede uno servirse de ellos para levantar la propia vida por encima de toda adversidad, elevándola hasta los confines mismos de la superación humana.
Crear estímulos para que ellos constituyan la fuente de energías más fecundas, he ahí el secreto. Es necesario que la fuerza fluya permanentemente de lo interno a fin de satisfacer las exigencias de lo externo. El sueño, por ejemplo, puede reparar parte del cansancio o de las energías gastadas durante la labor del día, pero no dota al ser de nuevas energías, sobre todo, de aquellas que enciendan de alegría y entusiasmo al espíritu. El estímulo tiene esa providencia. Es la vida que se resuelve en el problema mismo de su existencia.
Los estímulos tienen su dimensión y su carácter, y aun pueden clasificarse en positivos y negativos.
El hombre que trabaja y siembra el bien se rodea de estímulos positivos; todo lo contrario del que se comporta mal y tiene como único oficio el ocio, en cuyo caso son negativos. El empleado. que se empeña en el cumplimiento de su deber logra el estímulo de la compensación de sus patrones en sueldo y jerarquía, como el estudiante o el militar, aquel que corresponde a sus respectivas carreras. El afecto crea el estímulo del afecto y la simpatía; la honradez y la buena conducta del joven o la joven crea el estímulo de la confianza; la carta de amor el de la respuesta; la labor del sabio el de la gloria de sus descubrimientos.
No deja de ser sensible observar hasta qué grado tan alarmante la gente se desalienta y sufre las penosas alternativas de su volubilidad por carecer completamente de estímulos. Es como una batería de automóvil viejo que es necesario cargar a menudo para proseguir la marcha.
La Creación, sabia y perfecta, es la fuente suprema de todas las inspiraciones humanas. Ella señala al hombre el poder de los estímulos para que los use en beneficio de su propia evolución, mas como esto no parece ser advertido, espera siempre de los demás lo que él no sabe brindarse a sí mismo.
La necesidad suele ser, en todos los casos, el gran acicate que decide a crear estímulos a fin de que sean motivo de impulsos motores de la voluntad para encarar actividades a las que se eludía por temor al fracaso. Pero como la vida es lucha y la lucha en modo alguno significa pesimismo o derrota, sino la vida misma cumpliendo su objeto a los fines de la evolución, no debe sorprender a nadie que muchas veces en los momentos de apremio y angustia, surjan perspectivas de estímulos que el hombre no habría sido capaz de crear para sí en los momentos de sosiego.
Todo esfuerzo fecundo siempre genera estímulos que fortalecen el ánimo y aseguran la solidez de los empeños. Es lamentable ver a tantos huérfanos de ellos, solicitándolos constantemente para tener un aliciente en qué cifrar sus esperanzas. Les falta, precisamente, aquello que pueden encontrar en todas partes.
El abandono, la displicencia, tan común en la especie del pantalón y la pollera, les inhiben de poder disfrutar de las delicias del optimismo fundado en la razón de los aciertos, que son, sin ningún género de duda, estímulos nada despreciables.
Una actividad interrumpida bruscamente puede malograr muchos estímulos y hasta el proceso mismo de la evolución hacia un destino mejor.
El agravio que una persona infiere a otra crea un estímulo adverso, negativo, pues en lugar de tener éste la virtud del positivo, que reanima al ser haciéndole concebir días más felices, lo deprime y entristece.
Los que siguen los estudios logosóficos habrán podido descubrir fácilmente la importancia de estos conocimientos y cuánto alivian las aflicciones de la inexperiencia colmando al alma de bienestar.